SIEMPRE LEYENDO

SOMOS CREYENTES

SOLO TEN FE

Como buscar a

“Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mateo 26:41).
Jesús dijo esto en Getsemaní, cuando las tinieblas rodeaban, cuando la cruz estaba a las puertas. No se lo dijo a incrédulos, se lo dijo a sus discípulos. Ellos creían, le amaban, le seguían… pero si no oraban, iban a tropezar. Y así fue: mientras Jesús sudaba sangre orando, ellos dormían. Horas después, Pedro negaba, los demás huían.
La tentación no avisa con antelación. No manda mensaje diciendo: “Mañana a las 3 de la tarde iré a tocar tu puerta”. Llega en el momento menos esperado, por la puerta que menos pensabas. Y si tu corazón no ha sido fortalecido en oración, eres presa fácil. La oración no quita la tentación, pero te da fuerzas para decir “no”.
Cuando oro, reconozco mi debilidad: “Señor, yo no soy fuerte; si me sueltas, caigo. Guárdame de mí mismo, de mis deseos engañosos, de mis impulsos, de mi orgullo”. La oración es una confesión de dependencia. Es decirle al Espíritu Santo: “Adelántate a mis caídas, pon freno antes de que yo cruce la línea”.
Debo orar porque conozco mi corazón. Sé que mi carne no se jubiló cuando me convertí. Sigue allí, queriendo arrastrarme. El diablo no se retiró. El mundo no se volvió amistoso con mi fe. Sería una locura caminar sin cobertura. La oración es esa cobertura diaria, humilde, consciente, que dice: “Señor, sin ti me hundo; con tu gracia puedo resistir”. Quien deja de orar, no tarda en ceder. Quien se aferra a la oración, puede estar en medio del fuego… y permanecer.

Suscribete

Te invitamos a seguir disfrutando de la palabra de Dios con nosotros